Los aullidos

Aún llevaba aquel vestido rojo. Caminaba sin rumbo hacia un bosque oscuro en una noche de luna llena. Perdida en pleno corazón del bosque empecé a oír aullidos. Cada vez más cercanos como si un lobo estuviera detrás de  mí.

Me di la vuelta y a menos de cinco metros estaba él. Suspiré. Quizá los aullidos provenían de mi imaginación, pensé. 

Se me quedó observando. Sus ojos azules eran tan cautivadores, que cualquiera diría que parecía que estaba punto de cazar a su presa. De pronto otra vez esos aullidos… Muy, muy cerca. Él ni reaccionó. ¿A caso no tenía miedo por si había un lobo? No, no tenía miedo. Y es que esos aullidos salían de su boca…

Empezó a adoptar forma de animal a cuatro patas. Un montón de pelo le salió de la cabeza, detrás de las orejas, en las manos, piernas, en todo el cuerpo.

Corrí, a más no poder. Me alcanzaba. Mi respiración latía acelerada. Estaba tan asustada que seguí corriendo sin mirar atrás. Tropecé con la rama de un árbol y caí. 

Aquel animal aprovechó la ocasión. Se acercó sigiloso, saboreando la escena como un delicioso postre. Sentí un dolor en el tobillo al intentar moverme que supuse que me lo había torcido.
Ya me tenía. De un salto se echó encima mía y pude observarle.

Sus ojos lobunos y a la vez humanos me acaramelaban.
Abrí los ojos y a mi lado yacía él junto a las sábanas revueltas por el suelo.