Mi rayo de luz

El día no puede empezar mejor. Las sábanas nos despiertan en su color neutral, algo arrugadas.

A cara lavada, el pelo alborotado, sin sujetador, tentando lo que pasará luego, me pongo ese vestido negro que solo se ata con un lazo por un lado... Ese vestido que acompañado de unas cuñas lo hace elegante y a pies descalzos, lo hace aparentemente de estar por casa...

Por el día, las aguas cian con su espuma albina, nos sacuden emborronándonos en arena fina por cada esquina de nuestro cuerpo. 

Tomar el sol es un regalo de alegría y más, cuando solo quedan apenas horas para verlo desaparecer. En ese mismo instante, solo se me pasan dos cosas por la cabeza: una, esos últimos rayos penetran tanto en tus ojos. Tu mirada, el como me miras, ese silencio vibrante entre los dos, donde no necesitamos hacer una separación en nuestro espacio personal... y dos, no quiero separarme de ti.

Ya no es algo que piense. Son reacciones propiamente dichas. Son presagios evidentes. Relativamente, mi cabeza sigue apoyada en tu hombro y al caer la noche, toda la ciudad es nuestra.

Sé que acabaré en agua salada. No porque al subirnos en un barquito navegaremos el Guadiana, o a esa isla del amor, como dice la canción. Si no, porque me emociono cada día un poco más.

Ya han pasado cuatro años, y veo en el reflejo del espejo la mejor versión. De mí. De ti. De los dos. El paso del tiempo. Mi rayo de luz en ese túnel, largo oscuro y frío... y me pregunto tantas cosas, que entre esas cálidas y finas sábanas, te vuelvo a encontrar al despertar. Sonrío, te abrazo, me quitas un mechón de la cara y siento ese beso húmedo que se hacía de rogar con sabor a sueños de verano...

Suma y sigue. 

Tachimi.

Dedicado a mi amor, por nuestro cuarto aniversario.